Vive y comparte tu optimismo

Por JoseV, el 17/11/2012

Algunas corrientes positivistas se basan en eliminar de nuestras mentes cualquier pensamiento que pueda suponer un conflicto e ignorar aquello negativo que ocurre alrededor de cada uno. Esta postura que puede ser muy sana para ciertos individuos, es un callejón sin salida para otros, que genera profundos conflictos, emocionales y de todo tipo. En algunos casos casi parece una coartada, una forma de evitar la responsabilidad en el trabajo, con nuestros hijos, la pareja, en los estudios. Cuando es justo lo contrario, el optimismo y una actitud positiva, son poderosísimas fuerzas de cambio, que con alguna dosis de generosidad, nos ayudan a vivir una vida plena y ser más felices, no solo a nosotros, gracias a su increíble efecto multiplicador.

Decían que si dejamos a un mono delante de una máquina de escribir por toda la eternidad, acabará escribiendo el Quijote por casualidad. Elevo la apuesta, soy de los que piensan que si dejamos a unos cuantos monos en una habitación durante el tiempo suficiente con un ordenador, no hace falta toda la eternidad, sin casualidad, acabarán aprendiendo a utilizarlo, a leer, a hablar y probablemente se convertirán en una especie inteligente, superior a los propios humanos. Si bien las ciencias que estudían el cerebro y el comportamiento de los humanos, como la psicología nos sorprenden a menudo constatando lo que las culturas tradicionales y populares transmiten desde tiempos ascentrales, lo que me llama poderosamente la atención es como tanta gente antes y ahora llega a conclusiones parecidas por diferentes vías, y aún así tenemos que recorrer el mismo camino una y otra vez. Obviamente algo falla en nuestra formación, cuando las emociones, la filosofía, el conocimiento de las religiones o el sentido común no son una materia básica de la enseñanza. Viene a cuento porque cuando buscaba referencias en Internet al artículo que lees, me encontré con investigadores que tras estudios de miles de individuos venían a decir: los optimistas más felices, alcanzan mayores cotas de felicidad, fundamentalmente a través del compromiso y dándole un significado a sus vidas. Ahora que cada uno lo encaje como le parezca en su esquema, pero eso es lo que transmiten una buena parte de las filosofías y religiones desde hace milenios.

A mi querida amiga Alicia le llevó un tiempo tomar las riendas de su vida. Hasta bien entrados los 30 los coqueteos con las drogas, la adicción a todo tipo de tranquilizantes, pasando por diferentes comunidades terapéuticas, las relaciones tormentosas y un cúmulo de decisiones equivocadas, la llevaron por una senda de frustración y dolor. Alicia ha llorado mucho, el suicidio no era algo excepcional en sus diálogos, pero gracias a su esfuerzo, el de su familia y sus hijos principalmente, encontró fórmulas para dar sentido a su vida. Alicia se hizo una ferviente seguidora de todo movimiento que propugnase la búsqueda de la felicidad. Abrazó el positivismo como una fé, procuró dejar de lado todo aquello que no podía resolver e ignoró cualquier cosa que le hacía daño. El sistema funcionó durante unos años, pero ignorar los problemas, no los solucionaba y aunque era cierto que no eran responsabilidad suya, tampoco es que se encerrase en un agujero, al cabo de un tiempo los que la rodeábamos empezamos a ver a Alicia como un ser muy egoista, falto de compromiso con cualquier cosa que no le reportase un beneficio inmediato. Poco a poco Alicia fue perdiendo contacto con los que la rodeaban y de nuevo estaba como al principio: relaciones sin compromiso, gente que le acompañaba por interés y unos pocos que de verdad seguían con ella. Esos nuevos amigos la condujeron de nuevo al consumo de estupefacientes, empezó con poca cosa, pero está vez la progresión fue mucho más rápida. Pero se dió cuenta, todos nos dimos cuenta rápidamente de lo que estaba pasando, y Alicia con un poco de ayuda fue capaz de cambiar el rumbo de nuevo. Alicia posee algunos dones que me maravillan, y por eso posiblemente sigo estando a su lado, además de ser una persona creativa y vital, transmite mucho cariño y tiene una enorme capacidad para entender a los que le rodean. De un vistazo sabe lo que sienten o piensan, y eso que durante casi toda su vida lo ha utilizado de forma torticera, engañando, robando, aprovechándose de quien fuera para obtener sus objetivos, desde hace unos pocos años ha descubierto que puede utilizarlo para ayudar. Y en esa acción descubrió que es igualmente posible obtener un beneficio. Con la gente de su barrio tradicional de clase acomodada en Madrid, con las familias de los compañeros de sus hijos y nietos, gracias al apoyo de una familia que estuvo a su lado casi siempre, Alicia ha podido dar un giro definitivo a su vida, ayudando a los demás. Sigue siendo una persona alegre y positiva, pero ahora ha incorporado a los demás y son una parte fundamental de su vida. Es posible que veamos a Alicia algún día en algún cargo público, cada día está más concienciada y sabe, de primera mano, que no se puede cambiar nada sin intentarlo.

Según describe Seligman a los optimistas, que siguen la corriente de la felizología, estos ven los problemas como algo limitado en el tiempo, siempre se acaban; que su responsabilidad sobre lo que ocurre es limitada, solo podemos cambiar aquello que nos afecta muy directamente; y que los temas complejos no tienen solución, porque solo podemos resolver lo inmediato. Este es un tipo de optimismo muy en boga, primado por numerosos autores, pero que no acababa de encajar ni con la tradición popular, con la experiencia o incluso con los últimos estudios. Porque ese planteamiento se queda en la superficie y no es lo que promueven ni los felizologistas, que generalmente van más allá, son algunos seguidores de este optimismo a la moda, los que prefieren quedarse con cuatro enunciados y no profundizar. Y estoy seguro de que puede funcionarles, al menos por un tiempo, pero también de que es profundamente egoista y sería interesante seguir avanzando, porque aunque no puedas solucionar el hambre en el mundo tu solo, seguro que puedes hacer mucho por mejorar la situación, de los que viven en Somalia o a la vuelta de tu casa.

Apreciar lo que tenemos, no significa ignorar lo que nos rodea, blindarnos emocional o intelectualmente ante el sufrimiento de los demás o ante situaciones sociales, económicas o políticas que pueden parecer imposibles de cambiar, no es una forma de optimismo, al menos no una que debiera ser difundida a los cuatro vientos. Se puede ser egoísta, solo déjale una pizca de altruismo, de una forma solidaria: voy a compartir esta actitud positiva con los demás, ayudaré a otros porque casi siempre que lo hago, obtengo un beneficio. La recompensa a la generosidad es inmediata: primero la que me otorgo yo mismo, que siempre está ahí; segundo la de los demás, que a veces tarda un poco, pero que gracias al efecto multiplicador, incluso si eres tan cabeza cuadrada como el que escribe, en términos coste-beneficio, es una muy buena inversión.

Por tanto el optimismo y el realismo no tienen porque ser dos formas contrapuestas de ver la vida. Al contrario, el objetivo debería ser encontrar el equilibrio, una visión positiva de ti y de lo que te rodea, al tiempo que asumes la realidad, incluso la menos agradable, y te conviertes en protagonista del cambio.

El optimismo es una cuestión de actitud, vayamos un paso más allá de lo cosmético, de la pose, comprometámosnos con un optimismo del que otros puedan sacar partido. Porque es una fortaleza tan importante, un factor de cambio social tan poderoso, que no se puede atesorar de forma egoista. Si eres optimista, posees un bien maravilloso, te venga dado o lo hayas desarrollado, no seas tacaño, compártelo con los que te rodean, porque ayuda a que las cosas cambien.