¿Para toda la vida?
Por Pilar, el 09/04/2015

Hemos escuchado muchas veces esta frase en muchos contextos, el más habitual seguramente en el ámbito del trabajo: uno para toda la vida. La duda es, cómo podemos pensar en algo que ocupe la totalidad de nuestra vida, cuando ni siquiera sabemos cuanto va a durar, y sobre todo cuando no podemos prever los cambios que se van a producir en ella, y que en buena lógica deberían afectar al tipo de empleo. No sabemos nada de como va a transcurrir nuestra existencia, pero queremos dominarla y encauzarla y convertirla en una especie de encefalograma plano a pesar de las alteraciones que puedan producirse.
Y claro, esa actitud hace que suframos una especie de castración como seres creativos potenciales que somos todos. Trabajar para otro que arriesgue, y sin sufrir sobresaltos. Es cierto que cada cual tiene sus circunstancias y obviamente, hay muchos tipos de trabajo, que abarcan desde los más rutinarios y monótonos a la pura creatividad. Mas bien lo que se echa de menos seguramente es la capacidad de cambio, de movilidad, de riesgo.
En nuestra sociedad no se potencia ni socialmente ni institucionalmente a la gente que quiere innovar y emprender. Es más se entiende como fracaso de quien lo intenta una y otra vez, como una prueba de inmadurez o de locura dificilmente entendible.
Nada que ver con el concepto que se tiene de estas personas en otros países donde incluso está mal visto lo contrario, es decir, alguien que no ha intentado algo por su cuenta y tenga en su haber un fracaso del cual ha salido es alguien que no puede demostrar su valía y su capacidad de superación.
Tenemos miedo a la movilidad, a perder dinero, a fracasar, a cambiar de empleo según las circunstancias vitales, a perder un estatus aunque seamos infelices con lo que hacemos. Primamos la seguridad antes que la felicidad, aunque eso suponga ahogarnos en la desgana y la monotonía...y la pregunta es si vale la pena no sacar todo lo que tenemos dentro sólo por miedo o falta de arrojo. Si no sería mejor olvidarnos de lo que toca hacer, y apostar por lo que de verdad nos apetece, aunque nos llamen locos, aunque sea lo menos seguro.
Hay que salir de esa zona de confort blindada que nos rodea, en la que nada malo puede pasarnos, ni tampoco bueno, e investigar otros mundos, más creativos, menos habituales, que nos hagan sentirnos vivos, hacedores de cosas, disfrutar de esa incertidumbre sana que obliga a luchar por nuestros sueños y emplear toda la vida en hacer algo que nos valga la pena.