¿Castigar o hacer cumplir los límites?

Por Pilar, el 11/01/2017

¿Castigar o hacer cumplir los límites?

Los niños necesitan tener límites, tener unas normas que cumplir. Eso les produce seguridad además de inculacarles una serie de valores interesantes para su educación. Dependiendo de la edad que tenga el niño, se puede ser más o menos permisivos, pero siempre hay que intentar que el pequeño sea capaz de diferenciar y entender cuando algo no está bien. Es lógico que tenga alguna responsabilidad sobre sus actos, y saque alguna enseñanza de lo que ha pasado. Un niño asumirá que es un castigo dependiendo de la manera en que pierda sus privilegios, la intención con que se les haga perder y la creencia que genera en él esa pérdida.

Con un castigo lo que se pretende es que el niño pague las consecuencias de su mala conducta. Si se le inculca que tiene que cumplir con los límites establecidos, aprenderá que sus acciones tienen consecuencias. 

Con un castigo el niño solo actúa, no piensa, sabe que está castigado y de alguna manera tiene que padecer por lo que ha hecho mal. La intención con la que se impone es que el pequeño recuerde ese mal momento del castigo y lo piense dos veces antes de volver a hacer lo mismo. Y puede que no lo haga más solo por evitar el mal momento, aunque no comprenda la naturaleza de su acción. O no. Y aquí te puedes enfrentar a una lucha que no lleve a nada, si no entiende la finalidad de su castigo, y entonces se convierte en una demostración de poder de ambas partes. 

En cambio si se plantea como que hay que cumplir los límites, y el niño entiende que todo lo que haga o no haga tiene resultados, interiorizará que necesita hacer las cosas de la manera correcta simplemente porque sale ganando. Así siente que las cosas se hacen por su bien y que tiene margen de maniobra para decidir cómo obrar.

Si el niño siente que es retado, dependiendo de su propia personalidad, intentará también retar a los adultos o por el contrario puede sentirse no querido porque es torpe y no sabe hacer las cosas.  Si en cambio se le da margen para que él decida qué es lo que prefiere, su autoestima no quedará afectada y aprenderá de sus propios errores, aunque no le guste la idea. Y sobre todo no hay que luchar ni imponer, hay que asumir que tiene que aprender cosas equivocándose como hemos hecho todos.