Nos cuesta reconocer que estamos equivocados

Por Pilar, el 05/04/2017

Nos cuesta reconocer que estamos equivocados

Nos cuesta desprendernos de nuestras opiniones, sobre todo si para hacerlo intervienen los argumentos que ofrecen los demás. Está demostrado que cuando nuestras convicciones se ven amenazadas, nuestro cerebro es capaz de hacer lo que sea para mantenerlas. Y también que empezar una argumentación a lo que piensa otro diciendo que está equivocado es la manera más fácil de hacer que se enroque en sus posiciones, más aún si se trata de convicciones profundamente enraizadas.

El mecanismo por el que la mente intenta huir de sus contradicciones se llama disonancia cognitiva, y fue bautizado así por Leon Festinger en los años 50. Mediante varios experimentos intentó demostrar cómo somos capaces de buscar una salida que nos cuadre cuando los hechos contradicen aquellas creencias de las que estamos profundamente convencidos.

La mayoría de experimentos muestran que los prejuicios suelen ganar a la hora de aceptar ideas nuevas, sobre todo si ya tenemos alguna idea preconcebida, correcta o no, sobre un tema. ¿Por qué ocurre eso? porque además de sentir que se están cuestionando nuestras creencias, nos parece que también lo hacen nuestra forma de vida. De alguna manera intentamos que todo se ajuste para sostener las hipótesis previas, porque resulta cansado y frustrante que desde fuera nos destruyan todo aquello sobre lo que habíamos cimentado nuestra vida, y por eso somos reticentes a aceptar cosas nuevas.

También puede ocurrir que no nos fiemos de quienes dicen dar una información verdadera, y el hecho de que nos den más datos, no nos libra del sesgo cognitivo. Incluso personas con una buena formación se dejan llevar por los prejuicios ideológicos.

Entonces, para evitar que se una creencia irracional se extienda, hay que evitar confrontarse directamente con la otra persona, y no despertar su instinto de defensa, ese que sale cuando dices al otro, "estás equivocado". Está demostrado que la primera opinión que se adquiere sobre un tema va a ser siempre más poderosa que cualquier otra, sesgo de primacía, y que influirá en cualquier otra cosa que venga después.

La tendencia habitual que tenemos es opinar primero, aunque no tengamos datos, y luego reforzar con argumentos nuestra posición. Viene a significar que no pensamos algo porque tenemos unas razones para ello, sino que justificamos por qué pensamos así. A esto se le denomina efecto ancla, y como su nombre indica, hace que cuanto más nos pronunciemos sobre un tema, más se amarre a nuestra mente y cueste más asimilar cualquier un cambio. 

Otro sesgo que nos hace aferrarnos a nuestras opiniones es el que nos hace pensar, por familiaridad, que conocemos el mecanismo de cómo funcionan algunas cosas, cuando no es así. Cuando uno es capaz de reconocer la fragilidad de su conocimiento o explicación sobre un determinado tema, es más probable cambiar de opinión. 

En general en la vida, no deberíamos estar tan empeñados en tener razón, ni en reconocer que no la tenemos. Es mucho más gratificante intentar aprender de todos los que tenemos cerca y entender que nuestra forma de ver el mundo no es única, ni tenemos la verdad absoluta. Si aún así te metes en el charco de intentar hacer razonar su equívoco a otra persona, no hay mejor método que dejar que se explique, puede que él solito acabe atando cabos.