La revolución de la felicidad empieza en cada uno
Por JoseV, el 27/07/2018

En la batalla por la felicidad he llegado al punto de la rendición. No es esta una derrota, solo una tregua temporal, para recomponer las fuerzas. Las propias y las de los que están a mi lado.
En la búsqueda de las fórmulas que pongan la felicidad al alcance de una mayoría, me he tropezado y levantando numerosas veces. No llevo la cuenta, pero no he hecho otra cosa durante una buena parte de mis 50 años. Está siendo un viaje tan duro como apasionante. Es un aprendizaje imprescindible.
Me encontré con gente maravillosa, los menos, y también con personas con bolsillos más grandes que esos corazones que saben vender tan bien. Un mundo de vendedores de crecepelo, de charlatanes, que repiten incansablemente soluciones calcadas que solo conducen a la frustración de sus seguidores, cuando descubren lo que realmente hay tras todo eso. Y aún así hay esperanza, hay gente que brilla.
Son tan escasas las gemas, las personas extraordinarias, que refulgen como el oro entre el carbón. A veces hay que apartar toneladas para dar con ellos, otras simplemente aparecen en tu camino. Y te das cuenta de que además de vender lo que cada uno quiera vender, están en su derecho, todos queremos comer, te entregan valor en cada frase que dicen. Qué difícil es eso, cuánta grandeza humana e intelectual hace falta para brillar, para ser ejemplo de lo que dices.
Porque lo de la felicidad no son unas cuantas reglas mágicas. Es sobre todo y ante todo honestidad, con los demás por supuesto, pero sobre todo con uno mismo. Es mucho trabajo duro, sinsabores y dar más de lo que recibes. Entendiendo que los demás tienen derecho a defender su modelo, a hablar de su libro, pero que no es necesario estar de acuerdo, ni mucho menos respetar cada disparate que vayan diciendo por ahí. Para ser feliz, hay que cumplir dos reglas importantes: saber decir no y recordarle al rey que va desnudo. No hace falta ir al enfrentamiento directo, una retirada también sirve, pero si no evitas esas relaciones al final del camino, como te indicaba, solo hay frustración.
La felicidad empieza con la coherencia de entender que no solo tú eres débil, todos lo somos. Aceptado que es así, que el reptil triunfa sobre el Homo sapiens 99 veces de cada 100, es más fácil encajar las piezas. ¿Esa persona que no me resulta coherente, de la que me chirrían algunas de las cosas que dice es a la que debo seguir? Probablemente no. Puedes darle un par de oportunidades, pero si hay una tercera seguramente está sobrando, porque la felicidad va de ser eficiente también a la hora de evaluar a los demás.
Tengo bastantes conocidos de la tropa de los racionales, en ocasiones son casi más divertidos que los tramposos, porque estos se parapetan tras las cifras. Necesitan estadísticas, pruebas, test, para que les quede claro que las cosas son de una determinada manera. Quien ha superado los 40 o 50 sin entender a los seres humanos que tiene alrededor tiene un serio problema. El que no utiliza la intuición está desaprovechando la herramienta más importante que tenemos. Dejarnos guiar por el olfato es una cuestión básica para avanzar. Incluso en la ciencia.
Me he encontrado con muchas persona envidiosas, celosas y un buen número de ruines. No les voy a dedicar mucho tiempo. Están ahí, cuídate de ellos, los que son inteligentes te pueden reventar el laborioso entramado de la felicidad en dos patadas. Como encima no hayas sabido detectarlos, porque eran buenos “amigos”, costará recuperarse, dejará cicatriz.
Y luego está el común de los mortales, personas con las que apenas tienes relación. Buena gente, bienintencionada, otros neutrales y algunos que sacan al reptil a pasear a la mínima. Son lo que hay y deben formar parte del juego. Entre nuestras obligaciones está ayudar a avanzar a los más cercanos, es casi una labor de evangelización, pero ojo tampoco hay que dejarse la vida. No creo que sea fácil conseguir que el ciego vea, tiene un problema que lleva consigo mismo, en lo más íntimo de su educadísimo cerebro. Uno que no curan las gafas o la cirugía. Solo sana el que desea más que nada en el mundo abrir los ojos. Y eso, queridos amigos, no es nada fácil.
Pensemos por ejemplo, en algún condicionamiento propio. Yo tiendo al liberalismo, pero anida en mi un corazón socialdemócrata. Creo que por el simple hecho de estar aquí, de vivir, le tengo que dar tanto como sea posible a la sociedad, aunque solo fuera pensando en mi gente, en mi hija, para mí es un círculo muy amplio. Ese corazón me dice da, y caigo una y otra vez, porque muchos se han hecho profesionales del recibir. Por contra el cerebro, que sabe que es así, me dice sé racional, ayuda a que salgan adelante por sus propios medios, facilita, tiende caminos para que transiten, pero no regales, porque no es el camino, los siglos son testigos.
La revolución de tu felicidad no va de que te digan lo guay que puedes ser, porqué si no lo eres no dudes que podrías, no hay nada que no puedas lograr. Tampoco va de enseñarte a pedir primero becas, luego subsidios mil y más tarde una jubilación a cuerpo de rey, ¿cuánta gente que ha pasado por todo eso conoces que sean felices? felices de verdad.
Hay gente a la que se le ha dado muy bien. Conozco a alguno que obtendrían un buen resultado en un test de felicidad, porque al mismo tiempo han hecho otras cosas con sus vidas. El problema es que cuando se miran a determinados espejos, lo que han hecho pesa. Una querida amiga me dijo una vez que consideraba ruín, por la manera en que había actuado durante buena parte de su vida. Otro, un funcionario del Estado, se avergonzaba de lo poco que trabajaban él y sus compañeros, hacia horas y otros negocios, por eso podía comparar. He escuchado decenas de testimonios similares, pero son una gota de agua. Lo normal es lo contrario.
Lo de la felicidad va de esfuerzo. De pelear por lograr cada meta que alcanzas. De sentirse bien con uno mismo, por que somos capaces de alinear todo lo necesario, para ser mejores. Y difícilmente llegarás a ese punto olvidándote de los demás. Es natural, es necesaria la generosidad. Y cada uno ahí la encajará como mejor pueda, pero la gente feliz sabe encontrar la forma.
Ser honesto, ser mejor, no es posible sin que uno realmente ansíe ser alguien excepcional, no por una cuestión comparativa, es algo íntimo. La excelencia empieza por la necesidad de aprender.