Tu cerebro ya no funciona igual
Por JoseV, el 06/03/2019

En 2005, comencé a tomar nota informalmente sobre cómo estaba afectando el uso de Internet a los usuarios. A la gente de mi entorno personal y compañeros de trabajo, a mí mismo.
En un par de años más era obvio que el "consumo" de contenidos online, lo que leíamos, las películas o la música, incluso el porno, estaba haciendo algo con nuestros cerebros. Ya no leíamos igual, no nos concentrábamos de la misma forma y hasta la memoria comenzaba a flaquear con tantas "ayudas". En mi caso era consciente de que me afectaba tanto en la vida personal como laboral.
Navegar sin fin por aquella maravilla que era Internet, no era algo a lo que alguien curioso como yo, pudiera sustraerse fácilmente. Podías hablar con fabricantes de muebles de teka indonesios o seguir la pista a unos chinos que hacían grabadoras láser que ni siquiera hablaban inglés. Aunque no era ninguna novedad.
La gente ya hacía tiempo que perdía su tiempo miserablemente delante de una pantalla de muchas otras maneras. El solitario de Windows o las tarifas planas de videoclub ya habían robado incontables horas a muchas personas. Si con algo tan rudimentario los efectos eran tan evidentes, ¿qué pasaría con todas las novedades que iban a producirse?
Un tiempo después empecé a darle forma a ese fenómeno, por necesidad, pensando sobre todo en las consecuencias para mi trabajo, en los usuarios y sobre mí mismo. Me preocupaba la atención de los usuarios ante una pantalla. Nos encontrábamos además, con una forma de procrastinación cada vez más extendida, consumo continuado, fácil y a menudo sin sentido de algún contenido, que utilizaba como canal principal Internet, así que le llamé Intercrastinación.
Con el tiempo, al seguir profundizando, me encontré con que el fenómeno no podía reducirse a la Red, era un fenómeno más amplio. Los usuarios malgastaban el tiempo ante cualquier pantalla y actividad. Desde pasar horas empalmando capítulos de una serie o culebrón, uno detrás de otro, a matar lo que fuere con la consola. Finalmente al fenómeno le llamamos Cibercrastinación.
Hoy casi 15 años después de aquellas primeras etapas, no tiene sentido lamentarse por el punto al que hemos llegado. Estamos, no hay más. Hasta los usuarios menos avezados en las nuevas tecnologías, los más fieles a los soportes tradicionales han notado como su comportamiento ha venido cambiado, como pasan cada vez más tiempo con los móviles o las redes sociales. Incluso los que hasta hace poco afirmaban a mí no me pasa, yo leo en papel, lo hago así o asá, porque soy de la vieja escuela, son conscientes de que malgastan su tiempo como los demás, y que la concentración y la memoria flaquean. El principal culpable, cuantitativa y cualitativamente: Facebook.
Estos son los síntomas más evidentes, pero el caso es verdaderamente grave entre los chavales. Tal vez es pronto para saber cómo este abuso afectará al comportamiento de los más jóvenes, los que han crecido a la vez que Internet. Es evidente que para ellos la capacidad de concentrarse en cualquier cosa, de prestarle atención, es más limitada. Necesitan poderosos estímulos visuales que capten su atención, para despertar su interés. Porque sus cerebros están sobreestimulados y han sido cableados para consumir contenidos más fáciles e inmediatos. Lo han hecho siempre así, digitalmente, no han vivido una etapa analógica.
Si se pudiera revertir esa situación, será una dura tarea para los chavales, aunque probablemente más para los padres y educadores que prefieran seguir valorando lo que ocurre desde un punto de vista convencional. Tenemos algunas pistas relevantes, que nos pueden ayudar a entender la preocupación con que se está evaluando el fenómeno.
Por ejemplo, el esfuerzo de algunas instituciones educativas y las familias más exigentes, que intentan que los chavales estén menos tiempo en contacto con los cacharritos digitales. Curiosamente parece estar ocurriendo más entre los hijos de los gurús y magnates de la tecnología. ¿Por qué? Porqué tienen claro las ventajas de la tecnología, pero que tampoco hay que renunciar a los métodos tradicionales de aprendizaje, que son los que nos han traído hasta aquí. Por eso los que no tenemos tantos recursos, sobre todo económicos, tenemos que ayudar a nuestros hijos a hacer las cosas de otra forma.
A estas alturas, no tengo ninguna duda de que nuestro comportamiento seguirá cambiando y los efectos serán aún más notables. Sería absurdo ignorarlo, la evidencia es abrumadora. Ni siquiera tiene que ver solo con el consumo digital, porque hace décadas que nos advierten de problemas auditivos y visuales entre los más jóvenes. Es posible que nuestros ojos o oidos acaben adaptándose, puede que lleve decenas o cientos de años, pero con certeza lo que más cambiará, y de manera más inmediata, es el funcionamiento del cerebro, porque ya lo ha hecho en estas dos últimas décadas.
No tiene porqué ser negativo, pero sí es diferente. Y no podemos ignorarlo, hacer como que no es importante, porque lo es. Si no tenemos en cuenta lo que ha sucedido y, previsiblemente seguirá pasando, el cambio nos dejará a un lado. Los más conscientes sabrán sacarle provecho mejor, adaptarse a las circunstancias.
En breve veremos como se conecta el cerebro con diferentes tipos de dispositivos. Hay bastantes probabilidades de que en la segunda mitad de la década del 20, evolucione hasta el punto de que podamos comunicarnos y acceder a la información directamente desde nuestros cerebro. Si es así, yo apostaría por ello, en un lustro más se popularizará entre la población general. 2030 sería el año de la explosión.
Esto que podría parecer una enorme ventaja, imagina tener acceso a todo el conocimiento a la velocidad del pensamiento, no es más que una mera herramienta. Igual que el ordenador o los móviles no han creado individuos más creativos, autónomos y libres, la conexión de algo con el cerebro, me apuesto a que no será aprovechada de una manera conveniente. O no para el ciudadano medio en general.
Lo que está sucediendo hoy nos transformará y lo hará más en el futuro. Y hay que tener cuidado porque siempre hay gente dispuesta a sacar provecho de los menos reflexivos, de los más dependientes de lo emocional, que necesitan consumir todo en pequeñas dosis fáciles de deglutir.
No hay sorpresas.