Sororidad, empatía mal entendida
Por Pilar, el 24/09/2020

La empatía está sobrevalorada. Aunque es imprescindible en muchos ámbitos de la vida y necesaria para vivir en sociedad, tiene que tener algunos límites, aunque suponga ser menos comprensivo con los demás.
Según la definición de la RAE la empatía es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. El psicólogo Daniel Goleman la definió dividiéndola en tres aspectos. Empatía cognitiva, que supone entender las motivaciones de otras personas, sin tener porqué compartirlas. Empatía emocional en cuanto a ser capaz de sentir lo que sienten otros, y la preocupación empática que consiste en darse cuenta de lo que otras personas necesitan de nosotros.
Entender a los demás es un ejercicio interesante, siempre que no nos acabe desdibujando como personas. La definición habla de capacidad, no de obligación. Por mucho que entendamos o queramos comprender lo que hacen los demás, podemos también no hacerlo, o que incluso nos nos interese en absoluto. Recordemos esos momentos en los que somos incapaces de decir que no, solo porque otra persona así lo espera, o acabamos angustiados con los problemas de otros. No es saludable para nosotros, es ruido que no tendría que estar en nuestras vidas. Ser excesivamente comprensivo supone hacernos atractivos para personas que a la larga desgastan y que incluso pueden hacernos llegar a sentir culpables de su situación.
Entender la manera de actuar de otras personas, sobre todo cuando el comportamiento roza lo inmoral o ilegal, es peligroso, por no hablar de lo absurdo que resultaría que tomáramos una decisión basándonos en lo que necesitan otros antes que en nuestra propia necesidad.
Comprender de qué manera piensan otras personas o cómo se sienten no supone más que eso. Ni va a solucionar su problema, ni nos va a convertir en mejores personas. Tampoco va a justificar una actuación incorrecta y puede que incluso de forma demagógica se nos acabe manipulando y se nos diga qué es políticamente correcto justificar y qué no, basándose en un grupo al que hay que comprender. Ya no es que se diluya la frontera entre lo que somos nosotros y los demás, es que sencillamente coarta la libertad de no estar de acuerdo con lo que hacen otras personas y decirlo abiertamente.
Por eso la sororidad es una empatía, una corporatividad, mal entendida. Lagarde definió la sororidad como una forma cómplice de actuar entre mujeres, que deben trabajar juntas para conseguir sus objetivos, enfrentarse a los elementos de opresión que se encuentran en su entorno.
Estar de acuerdo, justificar, tomar como valores propios los de otras personas, asumir que como colectivo tenemos exactamente las mismas aspiraciones y problemas es una manera de afrontar la realidad que me asusta. ¿Quién decide eso por mí? Cada persona es un mundo, cada una tiene unas motivaciones, unas dificultades que no siempre tienen que tener un enemigo común, en este caso los hombres. Lo será en unas ocasiones, en otras no. Si es otra mujer, entonces, ¿de lado de cuál de las dos me pongo? ¿o derivo el tema hasta conseguir que el culpable sea un hombre?. Ponerme automáticamente del lado de otra mujer solo por el hecho de que yo también lo sea, me parece infantil. Puedo compartir sus sentimientos o inquietudes, tener las mismas necesidades. O no. Y lo haré basándome en cualquier cosa menos en que por ser del mismo sexo tenga que defender o incluso adoptar su manera de pensar o actuar. La empatía no es obligatoria y si me quita libertad no es más que una losa.