Vivir sin rastro de traumas infantiles
Por Pilar, el 18/05/2022

La infancia es una época en la que los niños están formándose como personas, aprenden rápido, son fácilmente moldeables y con la misma facilidad se les puede hacer mucho daño, incluso de manera inconsciente. Tienen una visión honesta de la vida, pero como no tienen ni experiencia ni conocimientos suficientes, en ocasiones pueden distorsionar las cosas que ocurren a su alrededor, y si los adultos que les rodean no son capaces de entender lo que les pasa y reaccionar de la manera adecuada a lo que les ocurre, el problema está servido.
Por eso es tan importante atender las necesidades afectivas de los niños, porque si tienen una experiencia negativa o simplemente esa es su impresión, los padres deben reconducirla, para ayudarles a madurar y crecer, siempre adecuándose a su edad. Si el comportamiento de los padres es insano, inadecuado o malévolo, las consecuencias acompañarán al niño cuando sea un adulto. La buena noticia es que se puede salir de esta situación trabajando en esos temores.
Hay unas cuantas malas actitudes de los padres y adultos que pueden marcar a los niños
Miedo al abandono
Algunos niños no han tenido, o eso perciben ellos, afecto de sus padres, no han tenido la suficiente atención o el cuidado merecido. Estos niños cuando son adultos tienen generalmente miedo al abandono. Como no quieren que esto ocurra se vuelven emocionalmente dependientes, lo único que quieren es que les quieran, y estarán con quien sea solo para que esto ocurra y no volver a sentirse abandonados. Puede que incluso sean ellos los que se conviertan en la parte activa, y serán los que abandonen a otros para evitar que a ellos les ocurra primero.
Para solucionar las consecuencias de este temor, la persona tiene que cuidar de su autoestima, conocerse y valorarse y sobre todo, superar el miedo a estar solo que le acompaña desde niño. Elegir con quién quiere estar o no basándose en un criterio sano, que no esté basada en el miedo a estar solo.
Para evitar que los niños sufran esta sensación de abandono hay que pasar tiempo con ellos, hablar, escucharles y resolver cualquier duda adaptándose a su nivel de comprensión.
Miedo al rechazo
Un niño que se siente rechazado ni se quiere ni sabe querer a los demás. Asumirá que es culpa suya esta situación y como necesita sentirse querido e integrado con los demás, de adulto modulará su comportamiento de tal manera que los demás lo quieran. Ante cualquier crítica a su manera de ser, no dudará en cambiar su modo de actuar, solo para sentir que su entorno lo quiere.
Cuando ese niño es adulto y tiene este comportamiento, tiene que confiar en la persona que es, conocerse para valorarse, sin que la opinión de los demás le influya. Debe aprender a tomar decisiones basándose en sus necesidades y apetencias, no en la aprobación de su entorno.
Para que los niños no se sientan rechazados, los padres tienen que respetar su propio caracter. Deben fomentar la independencia del niño, en un ambiente en el que se sientan seguros de sí mismos, criticando de forma siempre constructiva para que maduren y vivan integrados en su entorno.
Miedo a ser traicionados
Si en alguien confían los niños es en los padres, así es que creerán todo lo que les digan. Si de forma continuada los niños ven que sus padres no cumplen con su palabra, que no son coherente, o mienten, empezarán a desconfiar, a sentirse desubicados y a enfadarse con ellos. Puede incluso que comiencen a sentir envidia de aquellos niños que sí reciben de los padres lo prometido.
Un niño que se siente traicionado en su infancia, se convierte en un adulto desconfiado, posesivo que quiere tener todo bajo control para no volver a pasar por ello. Llevan la fidelidad y la lealtad a un punto extremo, invadiendo el espacio de los que les rodean. Pueden desarrollar envidia, rabia, baja autoestima.
Una persona que llega a este punto tiene que volver a confiar en los demás, entender sus defectos, tolerar que no sean perfectos y en ocasiones no puedan hacer todo lo que dicen.
Para evitar que un niño se sienta traicionado es importante mantener una conducta coherente como personas y como padres, haciendo lo que se asegura que se va a hacer, y si se le promete algo al niño, que sea algo realista y que se pueda cumplir.
Miedo a sentirse humillado
Un niño al que se desprecia o critica continuamente, que no tiene la aprobación de los padres tiene su autoestima por los suelos. Son niños que se convierten en adultos absolutamente dependientes, que buscan la aprobación de los que le rodean. No importa lo que él quiera, solo querrá dar la imagen que cree que los demás tienen de él.
Un adulto que fue humillado de niño se siente una persona incapaz, insegura, en exceso complaciente, ocultando su verdadera personalidad. También puede volverse una persona a imagen y semejanza de aquella que le humilló como manera de defenderse, atacarndo antes de que le ataquen.
Que desaparezca un trauma así requiere trabajar para superar el pasado, reconocer el propio valor, asumiendo que tener defectos es humano. Ser capaz de entender que las imperfecciones forman parte de la vida, y que no hay que ocultarlas, porque todos las tienen y las entienden y si no es así, tampoco pasa nada. Requiere desarrollar una buena dosis de independencia y también de perdón para perdonar a aquellos que de niño lo humillaron.
Para evitar que un hijo se sienta humillado, hay que tenerle respeto, entender su propio caracter y no intentar imponerle otro que resulte más atractivo a los padres. Hay que hacer críticas constructivas, aconsejando con cariño si se equivoca pero sin hacerle sentir mal por ello.
Miedo a la injusticia
Los padres demasiado autoritarios y distantes, que exigen constantemente sin reconocer ninguna de las cualidades de sus hijos, generan en ellos una gran sensación de injusticia. Cuando se convierten en adultos se convierten en personas rígidas, hiperperfeccionistas, inflexibles, extremadas en sus opiniones y sus reacciones a lo que ocurre a su alrededor. Son personas que solo buscan el poder en sus relaciones.
Un adulto que ha pasado por esto tiene que trabajar la tolerancia, la compresión y la confianza en el entorno, con el fin de recuperar su autoestima y la confianza necesaria para relacionarse con los demás sin querer buscar constantemente la perfección y la aprobación ajena.
Para evitarlo que los hijos desarrollen este miedo, los padres deben ser flexibles, entender que los niños no tienen que ser perfectos, dejando que tengan su propia personalidad personalidad, reconociendo sus virtudes y corrigiendo los errores con cariño.
Nadie es perfecto, muchos padres no acometen bien sus tareas, pero lo cierto es que los hijos no vienen con manual de instrucciones. Algunos imaginan que no está bien lo que hacen, otros sencillamente no saben hacerlo mejor. Si has tenido problemas de adulto por un trauma en tu infancia, no seas muy duro, tal vez no pudieron hacer más de lo que hicieron, o sí, pero ya da igual. Si lo necesitas busca ayuda y recupera tu vida, solo tienes una y no vale la pena perderse en porqués y rencores.