¿Qué hacer ante una rabieta?
Por Pilar, el 19/04/2017

Los niños tienen su propia personalidad, sus preferencias, hay cosas que les encantan, otras que no les gustan y lo demuestran con naturalidad. Pero que a ellos les guste no significa que sea bueno, ni al revés, y en ocasiones hay que decirles que no, cosa que obviamente no van a entender si son pequeños. Si a eso le unimos que apenas saben expresarse y mucho menos gestionar sus emociones, nos encontramos con el caldo de cultivo perfecto para que aparezca una rabieta. Y es que además, aunque nos cueste creerlo, en ocasiones es la única manera que tienen de expresar una emoción, no saben hacerlo de otra manera.
En un mundo ideal los niños podrían hacer con total libertad lo que quisieran, pero no es el caso. Ellos tienen que ajustarse a unos horarios, los padres a unas obligaciones y llega ese momento en el que hay que decirles que no a algunas cosas. Y hay que hacerlo de manera que lo entiendan, guiándole en su desarrollo, permitiendo que salga su personalidad, algo que no ocurrirá de un día para otro y que tendrá momentos complicados. Uno de ellos las rabietas, ese momento en el que el niño puede que sin venir a cuento, llora, grita no razona, y tampoco es capaz de hacerse entender.
Aunque estés cansado, lleno de problemas y sea lo último que necesitas en ese momento, siempre piensa que de los dos, el único que sabe cómo gestionar esto eres tú, el adulto. Así es que intenta no perder la calma y ver qué puedes hacer para solucionarlo. Llegado a ese punto poca cosa, más que intentar que se le pase. Sin embargo, puedes ir haciendo muchas cosas a diario para no dar lugar a que aparezcan.
Para fomentar la libertad y autonomía de tu hijo, intenta que su entorno esté organizado de manera que pueda valerse por sí solo la mayor parte del tiempo. Es buena idea implicarlo en actividades ajustadas a su edad. Las tareas de la casa son un buen ejemplo, que además de hacer que se sienta útil, será una estupenda ocasión para pasar tiempo con el niño de forma distendida.
Aunque sea un niño, háblale con el mismo respeto, amabilidad y empatía con la que te dirigirías a un adulto. Pregúntale a menudo cómo se siente cuando hace algunas cosas, y cuéntale también qué piensas tú, de forma que te entienda. Esta actitud cordial, amable, tiene que verla a su alrededor, porque los niños imitan las actitudes de su entorno, y si ve reacciones desproporcionadas, las adoptará como suyas. Importante también que en la pareja, ambos tengáis el mismo criterio de crianza. Imponerse al otro produce momentos de gran crispación que el niño también percibe.
Piensa que los niños tienen una gran energía y necesitan consumirla de alguna manera, si no lo hacen son más propensos a que eso estalle en forma de rabieta. Por complicada que sea tu vida, busca un tiempo para que jueguen, paseen y se cansen.
En la medida de lo posible ten una rutina establecida para que el niño sepa qué actividad toca después de la que está realizando, para evitar espacios de incertidumbre y la posibilidad de un enfado absurdo. Si ves que esto va a ocurrir, intenta distraer su atención con otra cosa, cambiando de actividad.
Si el pequeño tiene hambre o no ha dormido, es fácil que no le venga bien nada de lo que le propongas. Lo mismo ocurre con situaciones que les estresan, así es que cuando se enfrente a algo nuevo o que no comprenda es mejor explicarle las cosas con sinceridad, de una forma que pueda entender, y no limitarse a la simple imposición. Mostrar el lado más positivo y divertido suele ser buena idea.
Cuidado con el chantaje de ofrecer un premio a cambio de portarse bien. Puede ser una solución de emergencia, pero no le ayudará a actuar movido por las consecuencias naturales de su acción, además de que no conseguir siempre un premio puede ser motivo de una rabieta. En cualquier caso también hay que empatizar con sus peticiones, no es conveniente ser intransigente porque sí. Ten claro que algunas veces habrá que negociar. No le plantees las cosas de manera que parezcan una prohibición, hazlo de forma que ofrezcas opciones y que el pequeño elija.
Y si después de todos los esfuerzos el peque grita, llora y patalea, y monta un espectáculo memorable, piensa que sea por lo que sea se le pasará. Sobre todo, como adulto no hay que perder la calma: el que no sabe cómo hacerlo de otra manera es él.